¿Estamos perdiendo nuestras playas?

Un estudio realizado en la zona costera demuestra los distintos cambios en la geografía de nuestras playas.


Mes de agosto y hace mucho frio en Mar del Plata. El verano parece algo demasiado lejano, con las calles repletas de turistas, las playas atestadas de gente, el aroma a bronceador y los carteles de los teatros encendidos. Sin embargo, hoy con casi 1 grado bajo cero, peatones, corredores, familias, turistas y marplatenses disfrutan de la inmensidad del mar, del viento sureño helado y de la vista que ofrece la costa de la ciudad desde la escollera norte hasta Santa Clara.

Pareciera que uno se acostumbra a la belleza arquitectónica y natural que nos ofrece esta ciudad. Y creería que las playas siempre estarán allí para recibirnos: verano, invierno, otoño y primavera y que así será a lo largo de los años. Pero, según los datos observados por un grupo de investigadores de la ciudad de Mar del Plata, se pierde un metro de médano por año en la zona norte de General Pueyrredon y sur de Mar Chiquita.

En distintos periodos que van desde el año 2004 hasta el 2005 y del 2009 al 2011, un grupo de científicos del CONICET Mar del Plata pertenecientes al Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras y al Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario, estudiaron los perfiles de seis playas del litoral que demuestran la pérdida y desbalances en la erosión costera de la zona, causadas por las sudestadas pero también por el drenaje de excesos hídricos y las alteraciones estacionales provocadas por los concesionarios de los balnearios locales.

“Las costas del mundo están sufriendo problemas de erosión, derivados de causas naturales pero agravadas por efectos inducidos por el hombre. Incluso con la intención de protegerlas se han tomado malas decisiones que han dañado más aún el ecosistema natural y favorecido su degradación”, afirma Federico Isla, investigador superior del CONICET.

Originariamente, las playas de Mar Chiquita y Mar de Cobo eran abiertas. Las obras de defensa como espigones y escolleras construidos en los últimos años han originado las denominadas “playas de bolsillo”- por su particularidad de estar entre cabos rocosos o espigones.

Las variaciones costeras en este tipo de geografías son producto, en gran parte, del avance de las construcciones de las ciudades sobre estas áreas y del desarrollo y consecuente explotación de las actividades económicas, ya sean industriales, portuarias o turísticas. “A medida que el hombre avanza con sus acciones, los cambios en el medio natural se van produciendo y se ve limitada la capacidad de respuesta del mismo generándose así un desequilibrio”, explica Isla.

Algunas de las acciones que provocan estos procesos erosivos son la urbanización y la excesiva fijación de médanos frontales, la extracción de arena y la construcción de defensas costeras. La naturaleza también hace lo suyo: las tormentas sudestadas son uno de los principales factores naturales de erosión.

Con frio, calor, ropa térmica y ojotas, el grupo de trabajo conformado por Isla, Germán Bertola, Alejandra Merlotto y Luis Cortizo, relevó datos a lo largo de casi una década para comparar y explicar las razones y consecuencias de la erosión costera en esta zona. De esta manera, los investigadores relevaron datos topográficos en las playas cada cuatro meses con la realización de un perfil transversal a la línea de costa, observación de los promedios de altura y periodo de ola de los cuatro días anteriores a cada relevamiento y análisis de fotografías y reconocimientos de campo posteriores a las tormentas.

Uno de los datos más llamativos es la perdida de arena generalizada en casi todas las playas, en mayores o menores volúmenes, según los balances sedimentarios realizados. Por otro lado, la infraestructura de los balnearios en las playas turísticas genera modificaciones morfológicas en la zona, principalmente por el acarreo mecánico de la arena desde los médanos hasta la playa frontal. “La ampliación de la ruta 11 obligó a establecer drenajes hacia zonas de playa en Camet que impactarán en caso de lluvias frecuentes con una pérdida de la capacidad estética en algunas playas”, señala Isla.

En relación a los espigones, cada tipo de costa requiere necesariamente estrategias particulares de defensa. En el caso de Mar del Plata, las primeras defensas costeras se realizaron sin considerar los impactos que su construcción podría generar en el sistema litoral. “A lo largo de este estudio, observamos que el impacto más obvio de los espigones es que aumentan la densidad de las corrientes rips -una fuerte corriente superficial (o casi superficial) de agua, que retrocede desde la costa hacia el mar generado por el rompimiento irregular de las olas a lo largo de la cresta, llegando bruscamente a la playa con un índice elevado de energía-y por lo tanto el transporte de arena hacia el mar. Tanto en Mar Chiquita como en Santa Clara del Mar esto se evidencia con el incremento de la erosión”.

Y agrega: “Es claro que el diseño de las localidades costeras no ha tenido en cuenta estos cambios y puede tener impactos serios en el futuro. Este tipo de monitoreo de los sectores intermareales y submareales resultan necesarios al momento de decidir técnicas de preservación o alimentación artificial de las playas”.

Mientras tanto las olas siguen rompiendo a nuestro alrededor, accionando naturalmente sobre el medioambiente, deconstruyendo de la mano del hombre un paisaje que forma parte de nuestra identidad como marplatenses. Será cuestión entonces de sentarnos frente al mar y repensar las estrategias de cuidado y preservación de lo que hoy consideramos eterno.