Claudia es nacida en Bolívar pero fue criada en Bonifacio, partido de Guamini, un pueblo rural con apenas tres mil habitantes: “Desde la escuela secundaria sabía que tenía que venir a la Universidad, era como el camino obligado y llegué a Mar del Plata con 17 años en 1979, épocas muy difíciles para todos”, afirma la investigadora.
La atracción por la naturaleza la tuvo desde muy chiquita por su cercanía con el campo:“Mi primera búsqueda de carrera fue Bioquímica, porque me gustaba más la cuestión de la biología experimental que la observacional o de campo. Como no había esa opción en Mar del Plata, elegí Biología. Había sólo 50 cupos con examen de ingreso eliminatorio. Entonces tuve mucha incertidumbre sobre si iba a ingresar porque yo venía de un colegio Perito Mercantil, pero con excelentes profesores de cursos de ingreso, en un mes me prepararon y logré entrar con muchísimo esfuerzo.”
Claudia se autodefine como exigente, ansiosa, responsable, prolija, las dos primeras más que nada. Y eso queda demostrado en cada paso de su carrera. Era la primera hija de cuatro hermanos en dar su paso hacia la Universidad: “tenía que dar el ejemplo y era un esfuerzo familiar enorme así que mi ritmo era metódico, ordenado y casi de clausura”. Y fue tanto su esfuerzo que se recibió en cuatro años con apenas 21, siendo uno de los pocos casos en la historia de la Licenciatura en Biología en recibirse en ese tiempo.
Realizó su Licenciatura y Doctorado en Ciencias Biológicas con beca Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC) en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), donde desarrolló toda su carrera hasta la actualidad. Se jubiló como investigadora superior del CONICET en el 2022, y continúa activa actualmente como integrante de la Comisión Asesora de Evaluación en Convocatorias Especiales y Relaciones Internacionales del organismo.
Su lugar de trabajo y en el mundo fue el Instituto de Investigaciones Biológicas (IIB, CONICET-UNMdP), al que vio nacer y contribuyó inmensamente a ser lo que es hoy. Fue su directora por un periodo de gestión y formó allí a más de 50 personas entre becarios, investigadores y personal de apoyo.
“Lo que más disfruté del trabajo científico fue la formación de recursos humanos. Para mí primero es el recurso humano, y después viene el paper. No hay manera de hacer ciencia sola y te vas adaptando a los tiempos del equipo. Es lo que más extraño de mi cotidianeidad. Despertar las vocaciones tempranamente y acompañarlos en los primeros pasos de la carrera científica, ha sido mi mayor logro: que todos los recursos humanos que ayudé a formar estén insertados exitosamente en el sistema académico, superándome ampliamente, y lo digo con todo el orgullo del mundo”, relata Claudia.
Su tema de investigación siempre giró en torno a la fisiología de las plantas. “Eso me movilizaba y me daba curiosidad, pero también reconozco que me generaba la posibilidad de proyectar preguntas en muchos sentidos. Todo ese mundo de conocimiento a descubrir fue lo que me impulsó en la etapa de experimentación”.
Su vocación y curiosidad vienen desde la infancia: “Me gustaba la naturaleza, me interesaba saber cómo funcionaba la vida. Mi papá tenía una empresa de fumigaciones y tenía mucha relación con la agricultura. Yo iba con él al campo a ver los cultivos, su crecimiento, elegía las enfermas y sanas, y me hacía preguntar qué había ahí dentro, adentro de una hoja. Busqué tanto dentro de mi carrera que mi tesis de grado fue sobre bioquímica de las interacciones planta-patógenos, es decir ¿cuáles son los mecanismos de defensa de las plantas contra el estrés fúngico? Mientras lo hacía no me di cuenta de la relación que esto tenía con mis visitas a los campos con mi papá. Me di cuenta hace muy poco tiempo”, reflexiona.
Y afirma que así se enamoró de las plantas. Todo esto combinado con un contexto histórico particular: en el momento en que estaba eligiendo su tema de tesis, se funda el IIB y comenzó a brindar oportunidades a los estudiantes.
Claudia agrega: “Creo que la naturaleza te habilita la pregunta permanente y abierta, hay mucho por responder. Siento una profunda admiración por la naturaleza, me inspira curiosidad desde esa admiración. La veo omnipotente, compleja, casi perfecta. Desde esa complejidad, me ha inspirado a preguntas permanentemente: Además, amo la experimentación”.
Su director de tesis fue Rafael Pont Lezica, un emblema para la temática en nuestro país y en el mundo, pero además una persona muy querida entre sus afectos por su calidad humana y profesional. “Era un caballero, una persona solidaria intelectualmente como no vi a nadie más en mi vida, generoso, muy formado en Europa y con una visión inmensa. Esas personas que dejan una marca con lo que hacen”, rememora Claudia.
Para terminar su tesis doctoral, Claudia obtiene, de la mano de Pont Lezica, una beca por tres meses en la Universidad de Washington, financiada por el CONICET y la National Science Foundation (NSF): “Esto enriqueció muchísimo mi tesis, me dio un salto cualitativo y logré terminarla. Y en 1989, embarazada de cinco meses de mi hijo Joaquín, defendí mi tesis en Mar del Plata”.
Luego, llegó el momento de especializarse. “Mandé nueve cartas a diferentes universidades de California por preferencia familiar. Me aceptaron en tres y elegí finalmente la Universidad de California, Davis, porque era la más importante en agricultura y hasta el día de hoy lo sigue siendo. Cuando llegamos al campus de la Universidad, sentí que estaba de nuevo en Bonifacio porque todo lo rural era muy parecido”. Allí estuvieron dos años y según recuerda Claudia fue una experiencia maravillosa para toda la familia.
A continuación, regresaron a Mar del Plata, donde Claudia ya tenía un lugar en la docencia en la UNMDP, pero la carrera de investigación del CONICET se encontraba cerrada. Recién en 1997 vuelve a abrirse y allí ingresa al organismo como investigadora adjunta. “Volver al IIB fue hermoso para mí. Me di cuenta que los investigadores somos unos privilegiados en la Argentina haciendo ciencia, por lo humano. Los medios de infraestructura e insumos siempre fueron limitados, pero los recursos humanos son invaluables”, asevera Claudia.
Durante 40 años ejerció como docente ya que empezó a dar clases cuando todavía era estudiante. Y sobre esto afirma: “Para mí se puede enseñar muy bien, lo que se hace. Por eso fue tan importante para mí hacer docencia e investigación en simultáneo. La mejor manera de transmitirle al estudiante un conocimiento profundo, actualizado, y de vanguardia, es cuando se hace investigación en ese mismo campo de trabajo”.
Sobre las recomendaciones para los jóvenes que se inician en la carrera de investigación, Claudia desea que se fortalezcan en la dificultad: “la frustración más grande es hacer un experimento y no tener resultados y la satisfacción más grande es tener resultados, pero no necesariamente positivos o que validen tu hipótesis si no resultados, sino que algo ocurra. Uno tiene que trabajar mucho la frustración con los jóvenes porque desde un corte de luz, un accidente técnico en el laboratorio o hasta algo particular con una muestra que estés analizando, puede llevarte a no tener resultados. Y si ocurre muchas veces, frustra demasiado. Les recomendaría a los jóvenes más capacidad de resiliencia”.
“Además, es importante que la demanda de tiempo que requiere hacer ciencia esté en equilibrio con la vida, es decir, no postergarse en lo personal, en lo familiar, buscar que todo vaya en el mejor equilibrio posible. No es fácil, pero hay que tenerlo en cuenta. No son ocho horas de escritorio, hay que saber administrar la demanda de la carrera científica para que la vida no te lleve puesta”, agrega.
Acerca de los hitos de su carrera, Claudia considera que “el primero fue mi estancia en el exterior como parte del doctorado con Pont Lezica, porque fue un antes y un después en mi realización de tesis. El segundo, en el 2008, fue haber accedido a la Beca Fullbright que me permitió hacer una estancia en el exterior y hacerlo con toda mi familia por tres meses en Indiana, Estados Unidos. Fue una experiencia hermosa a nivel profesional y familiar. Y uno de los últimos hitos es UNIBAIO”.
Actualmente, UNIBAIO es una startup iniciada en 2010 a través de un subsidio otorgado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación a través de la Agencia Nacional de Promoción Científica con la línea de Temas Estratégicos e impacto nacional. Es una plataforma tecnológica para el desarrollo de agroinsumos sustentables, un proyecto que busca generar productos con valor agregado a partir de lo que habitualmente se considera un desecho biológico. “Esto significó salir de mi zona de confort para hacer una transferencia de conocimiento al campo más tecnológico y aplicado, además de haber continuado haciendo investigación básica”, manifiesta Claudia.
Dicho proyecto nació con el objetivo de trabajar en la recuperación de las cáscaras de los langostinos para obtener quitosano, un polímero que llevado a la nanotecnología y a la agricultura puede prometer muchas nuevas futuras funciones industriales. Claudia asegura: “En realidad, la idea del proyecto de startup nace en nuestro laboratorio con la intención de aplicar a las plantas productos que reemplacen a los tradicionales tóxicos y que, a la vez, permitan encapsularse para generar mejores propiedades en las plantas. El encapsulamiento tiene que ver con la nanotecnología y nosotros no lo conocíamos, así que fuimos a buscar colaboración al Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA, CONICET-UNMDP), al grupo de Vera Álvarez”.
Y añade: “UNIBAIO está en un momento de innovación y crecimiento imparable, de la mano de todo el equipo de investigación y de Matías Figliozzi, CEO de la empresa, quien nos conectó con espacios internacionales e impensables para nosotras al inicio”.
Como reflexión sobre el tema, Claudia explica: “Es muy seductor hablar de resolver problemas de aplicación y está perfecto. Pero es importante no perder de vista la investigación básica. El vicio de hacer ciencia aplicada tiene sus pros y sus contras. En mi opinión, no debería sustituirse y debería reforzarse todo el apoyo posible del financiamiento público para la investigación básica que son las bases del conocimiento para que después se pueda transferir tecnología. Cuando se hace al revés, genera resultados de más corto plazo, porque se agota en la aplicación”.
Claudia Casalongué esta jubilada del organismo como investigadora desde hace muy pocos meses, pero su mente, su corazón y sus tareas siguen conectadas profundamente a la ciencia. “La ciencia en mi vida es una actitud, yo no tuve un trabajo. Cuando me hablan de jubilación, yo siento que no es posible hacerlo totalmente, porque uno no se jubila de sus pasiones. A mí me da mucha vergüenza decir esto, pero yo no siento que trabajé, nunca fue un esfuerzo y no recuerdo que haya sido un peso para mí, disfruté cada etapa y lo sigo haciendo”, concluye.
Por Sabrina Aguilera para el CONICET Mar del Plata