“En la actualidad, los sistemas agropecuarios enfrentan distintos desafíos que no se limitan a aumentar la cantidad de alimentos producidos. Estos desafíos residen principalmente en asegurar el acceso a los alimentos y evitar su desperdicio a lo largo de la cadena de consumo, producir alimentos sanos, tanto por su valor nutricional como por su inocuidad, y aplicar prácticas y manejos productivos que aseguren la sustentabilidad ecológica, económica y social, todo esto en línea con los Objetivos para el Desarrollo Sostenible al 2030 de la Organización de Naciones Unidas. Estos retos no son sólo técnicos, sino también políticos y éticos y deberían ser prioritarios para asegurar la soberanía alimentaria de una población.
Los sistemas agropecuarios argentinos pueden ser cuestionados en cada una de las prioridades antes mencionadas. Vivimos en un país que, produciendo exceso de alimentos, mantiene preocupantes cifras de inseguridad alimentaria. La salubridad de los alimentos es cuestionable en un sistema que hace un uso intensivo de agroquímicos cuya inocuidad es puesta en duda. La disminución de la biodiversidad, las altas tasas de erosión hídrica y eólica, el avance de la frontera agrícola sobre sistemas frágiles (por ejemplo, el monte chaqueño en el norte de nuestro país), la expansión del monocultivo de soja y la aplicación de modelos de producción no adaptados a las condiciones sociales locales, entre otros factores, hacen dudar seriamente de la sustentabilidad de la producción en cualquier dimensión que se la evalúe. Por estos motivos, nos enfrentamos a la paradoja de producir cada vez más alimentos degradando la tierra, con lo cual la mayor producción de hoy no asegura el mismo nivel en el futuro. Por el contrario, tal vez lo ponga en riesgo.
En este contexto, en los últimos años se ha vuelto una práctica habitual en la región pampeana el cultivo de las banquinas de rutas y caminos rurales removiendo la vegetación espontánea original. Desde algunos medios de comunicación se pregonan las ventajas de tal práctica, lamentando el “desperdicio” de gran cantidad de superficie que podría ser aprovechada con fines productivos. Según los medios estas áreas podrían ser aprovechadas por los municipios, o ser asignadas mediante permisos a productores, así como también a organizaciones de la sociedad civil. Sin embargo, cabe preguntarse si es necesario o recomendable sembrar los pocos ambientes naturales sin cultivar que quedan, como las banquinas o los bordes de vías férreas, para aumentar la producción agrícola. Desde nuestra visión, no es conveniente.
Los sistemas agropecuarios son complejos. La producción de alimentos requiere que ocurran una serie de procesos ecológicos donde la biodiversidad es protagonista. En el caso de las banquinas y los bordes de alambrados y de vías férreas, esta biodiversidad está representada por numerosas especies de plantas, insectos, aves y mamíferos que han sido negativamente afectados por la expansión agrícola y que encuentran refugio en estos espacios no cultivados. En particular, muchas especies de flora silvestre y, principalmente, nativa que encontramos en estos ambientes son el alimento y el hábitat de numerosos insectos beneficiosos para la producción agrícola como los polinizadores nativos y los controladores biológicos de plagas de cultivos. Tal es el caso de la abeja doméstica que ve favorecida su dieta al aprovechar la diversidad de polen y de néctar de calidad que ofrecen muchas especies silvestres que habitan las banquinas, resultando también en un beneficio para el productor apícola.
De esta manera, banquinas y bordes de vías constituyen ambientes de vital importancia para mantener varias de las funciones del sistema y, en particular, la producción de alimentos. En definitiva, la biodiversidad de estos ambientes no cultivados tiene el potencial de permitir a los productores reducir insumos externos (como los insecticidas), favoreciendo la sustentabilidad ecológica, económica y social.
Asimismo, en varios lugares de la región pampeana estos ambientes constituyen verdaderos relictos del pastizal pampeano con un altísimo valor ecológico y cultural. Las especies nativas que lo componen forman parte del acervo genético de la región y un patrimonio común para todos. Es por eso que muchos investigadores de organismos públicos en Argentina trabajan para poner en valor estos ambientes y diseñar manejos que potencien sus beneficios para los productores agropecuarios y la sociedad en general, así como para la propia biodiversidad.
Las voces que promueven el cultivo de banquinas desconocen estas cuestiones apelando a razonamientos erróneos o faltos de información. Muchas veces se señala con admiración cómo los países europeos cultivan hasta el borde mismo de las rutas pavimentadas, aprovechando cada pequeña superficie disponible. Sin embargo, no es posible comparar el contexto geográfico de Europa con el de la región pampeana argentina en cuanto a las limitaciones y necesidades de tierras para cultivar, que es mucho mayor en aquél continente. Aún así, la Política Común Agraria de la Comunidad Europea promueve, a través de esquemas de subsidios, el establecimiento de franjas con vegetación natural para generar hábitat de predadores de plagas de cultivos.
Numerosos científicos de renombre dedican sus investigaciones a encontrar las técnicas más efectivas para diseñar y manejar esas franjas de vegetación natural. Es el caso de investigadores de Europa que en el 2006 visitaron Argentina en el marco de un taller sobre Biodiversidad organizado por la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. En su viaje de campo por las Pampas quedaron maravillados por la presencia de espacios con vegetación natural que, como las banquinas, quedan inmersos y dispersos en la matriz agrícola constituyendo importantes reservorios de biodiversidad.
Los argumentos en favor de sembrar las banquinas sobre rutas nacionales o provinciales se basan en que esto supondría una ganancia de aproximadamente una hectárea por kilómetro lineal de ruta. Llevado a la provincia de Buenos Aires como ejemplo, estaríamos hablando de unos 36.000 kilómetros, es decir, sumaríamos 36.000 hectáreas a las 17 millones ya sembradas con cultivos anuales (un 0,2 por ciento). Sin embargo, el valor real es sensiblemente inferior dado que muchos lugares no son aptos para la agricultura por el tipo de suelo, la presencia de agua o la cercanía a poblaciones. Incluso así parece una cifra alta, pero de esa superficie total cada productor o municipio podría hacer uso de una fracción ínfima. Ante esto, nos preguntamos: ¿Cuánto representaría esto en ganancia económica para municipios o productores? ¿Se evalúan daños a bienes ambientales comunes, precisamente sobre espacios de dominio público? ¿Se puede prescindir de dimensionar la función social y ambiental de la propiedad, sólo por maximizar variables económicas?
Esto nos lleva a reflexionar sobre un último punto que, como advertimos al principio, no es solamente técnico sino esencialmente ético, valorativo, que se traduce en políticas públicas. Las políticas públicas deben estar orientadas a minimizar posibles conflictos de interés y maximizar el beneficio para el conjunto de la sociedad. Es por eso que se deben ponderar los beneficios y perjuicios de cultivar banquinas.
Para concluir, la evidencia indica que los argentinos somos muy proclives a caernos en las grietas, tiñendo de discusiones partidarias temas que exigen consideraciones técnicas, científicas y, por supuesto, también políticas. Es tiempo de que, como ocurre en los tan frecuentemente citados países desarrollados, las políticas públicas conjuguen los intereses económicos de algunos sectores con el interés común, haciendo uso del conocimiento generado por el mismo Estado dentro de las instituciones científicas nacionales y las herramientas para determinar los dónde, los cómo y los cuándo de sus decisiones”.
Los científicos que hace años desarrollan sus investigaciones en la temática y se reunieron en defensa de la biodiversidad de las banquinas son Federico Weyland, Lorena Herrera, Pedro Laterra, Matías Mastrangelo, Paula Barral, Hernán Angelini, Alejandra Auer, Mara De Rito, Aira González, Ariel Genovese, Elena Okada, Gustavo Giaccio, Sebastián Villarino, Lucía Bernad, Florencia Rositano, Juan Pablo Torretta y Jonathan Von Bellow.
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