La energía de Vera Álvarez parece inagotable, científica a tiempo completo, Mamá de Ana y Emma y compañera Matías, no vacila en explicar rápida y fácilmente su nuevo proyecto. Y lo hace en palabras amables y conocidas, lejos de los tecnicismos y la complejidad, con gestos y vehemencia, características clásicas de las personas apasionadas y con profunda vocación.
Vera Álvarez es profesora adjunta con dedicación exclusiva de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) e investigadora principal de CONICET en el Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA, CONICET-UNMDP). Y además, desempeña cargos de gestión: es Subsecretaria de Vinculación y Transferencia Tecnológica de la UNMdP y es la vice-directora del INTEMA, dirige el Grupo de Materiales Compuestos Termoplásticos (CoMP) y desde 2012 forma parte del Consejo de Administración de la Fundación Argentina de Nanotecnología.
El viernes 13 durante la ceremonia del Premio Nacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” en colaboración con el CONICET 2020 Vera Alvarez fue premiada por el por el desarrollo de un material antiviral y desinfectante que puede incluirse en matrices de distinto tipo. El proyecto, que dirige junto a la investigadora de CONICET, Verónica Lasalle, tiene como objetivo ser utilizado en la producción de telas para indumentaria, ropa de protección sanitaria: mascarillas, guantes, ambos y otros insumos hospitalarios como sábanas. El híbrido polimérico-inorgánico es tan versátil que además podría ser utilizado en otras superficies de acceso masivo, como pisos y paredes de hospitales, edificios públicos como bancos o escuelas y desinfección de medios de transporte.
Vera Alvarez nació en Quilmes, en una familia modesta, de padres con estudios secundarios incompletos, pero con fuerte convicción de que sus tres hijos, debían estudiar para superarse. Cuando Vera tenía ocho años la familia se trasladó a Mar del Plata, y allí realizó toda su formación educativa dentro del ámbito público. La Escuela 15 fue la elegida para la educación primaria y luego un ingreso y feliz tránsito por el secundario en el Colegio Nacional Arturo Illia. “El Illia cambió bastante mi destino, me enseñó muchísimas cosas, no sólo lo académico, me ayudó a pensar, a generar ideas, a tomar decisiones, y sobre todo a encarar desafíos”, relata Vera.
Y el momento decisivo llegó cuando, finalizando la educación secundaria, tuvo que elegir qué profesión seguiría estudiando. Indecisa entre la asistencia social, el teatro y la ingeniería, la definición la tuvo al escuchar al investigador del CONICET, Pablo Stefani, quien en una charla volcó la balanza hacia la ingeniería de los materiales, que era muy incipiente y todavía no contaba con egresados propios. La ingeniería en materiales se ajustaba perfecta con la afinidad de Vera por resolver problemas, pero además tenía un valor agregado para ella a nivel familiar: “estudiar era una forma de alcanzar una vida mejor, pero también de devolverle a mis padres todo el esfuerzo que hicieron por mí”, recuerda Vera.
Desde el inicio de su recorrido académico supo que quería seguir en investigación. Cuando se acercaba el final de su carrera Analía Vázquez le propuso solicitar una beca de la Fundación Antorchas para poder iniciar el recorrido doctoral. Esta beca tenía dos requisitos: por un lado la excelencia académica y por otro venir de familias de bajos recursos, ambas exigencias cumplidas por Vera. Se otorgaban un total de 20 becas en todo el país y sólo cinco eran destinadas al área de Ingeniería o Exactas, si bien las chances parecían pocas fue seleccionada para la entrevista y con muchísimo esfuerzo logró reunir el dinero que la llevó hasta Buenos Aires a cumplir con el paso que era la antesala a la premiación.
El resultado llegó a Vera de la mano de su padre, “en ese momento se publicaban los resultados en el Diario La Nación, fue un 1 de marzo, mi papá compró el diario y ahí estaba mi nombre”, recuerda aún emocionada.
Vázquez la dirigió en su trabajo doctoral e inspiró, según sus propias palabras, a amar la ciencia y buscar el aporte a la sociedad. Su convicción puede resumirse en sus propias palabras: “Cuando alguien que trabaja 12 horas, viaja en colectivo, compra un paquete de yerba y paga sus impuestos está pagando mi sueldo, eso es una responsabilidad sobre la espalda de quienes trabajamos en el sistema científico público, tenemos la capacidad de devolver algo tenemos que hacerlo. Para mí es una obligación ética y moral tratar de devolver algo y creo que este proyecto de alguna manera me está dando esa posibilidad en este momento y por eso estoy agradecida de ser parte de este equipo que lleva adelante el proyecto”.
Vera remarca constantemente que el trabajo científico es grupal: “Nadie hace las cosas solo, y este proyecto es llevado adelante por todo un equipo en este contexto, con sus dificultades pero también con muchísimo apoyo de la Agencia de Investigación Innovación y Desarrollo que tomó la decisión de apoyar la investigación local, los 84 ideas proyectos, en lugar de importar todo lo que se necesitaba para combatir esta pandemia.”
La investigación alberga otro aspecto indispensable que Vera no se tarda en resaltar: el acompañamiento en la formación académica de otras personas. “Es fascinante construir y desafiarnos como grupo de investigación a aportar ideas, combinarlas y que la solución sea mucho más rica”. Por eso el grupo de Materiales Compuestos Termoplásticos (ComP) reúne gente de distintas disciplinas, geografías, género y edades. “Desde la ciencia y la tecnología podemos aportar a cambiar muchas visiones estereotipadas que hay del mundo en distintas cuestiones, ya sea con el género, las edades, el sector social del que venimos y todas las variantes que se pueden considerar a la hora de formar un equipo de trabajo, que pueda tener estas múltiples participaciones”, explica orgullosa.
Emocionada y agradecida por lo que el Premio Loreal-UNESCO 2020 significa para ella explica que este galardón también es el reconocimiento de las barreras que las mujeres tienen que afrontar dentro de la ciencia. “Los premios siempre significan que una está haciendo las cosas bien, que tus pares valorizan el trabajo que estamos haciendo. Este reconocimiento en particular aporta desde su lugar para que las mujeres seamos reconocidas, y se hable de la brecha que para muchos es un asunto desconocido”.
Todos los esfuerzos deben enfocarse en jerarquizar el rol de la mujer en la ciencia, y refiere a su propia trayectoria: “El hecho de que algunas mujeres logramos llegar a lugares de toma de decisión no quiere decir que todas pueden hacerlo. Eso no es cierto y muchas veces no tiene que ver ni con el desarrollo ni con el aporte ni con la valoración sino simplemente con una cuestión de género”, explica e ilustra con una anécdota que suena familiar pero inaceptable en pleno siglo XXI: “Hay lugares donde no podemos ir a trabajar simplemente porque no hay baños de mujeres”. Algo que ella misma vivió en su época de estudiante al no poder haber ido a realizar una pasantía para la que fue seleccionada.
“Hay que redoblar esfuerzos en este contexto de pandemia, porque el teletrabajo deja a muchas mujeres científicas relegadas de su trabajo por encargarse de las tareas de cuidado, algo que puede verse en la merma de la cantidad de publicaciones inferior durante los últimos meses”, agrega Álvarez.
Para Vera ser mujer de ciencia es una forma de vida y ser parte de este proyecto en medio de una pandemia es un desafío a la vez que un orgullo, porque le permite realizar un aporte, que humildemente ella describe como pequeño, para afrontar esta pandemia. Y no olvida a todas las personas que la rodean y hacen posible este galardón y el trabajo diario, su familia, Verónica Lasalle, Guillermo Eliçabe, Analía Vázquez, Daniela Antenucci y las entidades que financian la investigación local, demostrando, una vez más, que para ella la ciencia es una construcción colectiva, que debe estar al servicio de las personas.