Víctor Pegoraro es becario doctoral del CONICET, investiga la historia de la industria de la construcción y de las empresas del sector desde una perspectiva económica y social. Desde esa mirada, analiza los cambios urbanísticos que se dieron en Mar del Plata desde 1930 hasta 1990, décadas donde se produjo el mayor crecimiento edilicio, desapareciendo gran parte del parque habitacional tradicional en pos de un mercado inmobiliario destinado al turismo. Cabe remarcar que todos los edificios que hoy se ven sobre la costase construyeron en esa época, sin control y de manera muy acelerada.
Pegoraro, estudia además el consumo de las clases medias, las representaciones culturales y las causas económicas del «boom de la construcción» de ese período. «Me pregunto sobre sus mecanismos y por qué sobrevino una crisis en la década menemista. Y profundizo en las empresas familiares porque resultaron ser muy dinámicas en sus estructuras y en sus estrategias a lo largo del tiempo», explica Pegoraro.
El especialista cuenta que la construcción es un sector muy fluctuante en la economía general, y que en ocasiones Mar del Plata se comporta de manera excepcional comparado con el resto del país. Sin embargo, sobre el último trimestre del 2019 la industria estaba muy afectada por la recesión general y la devaluación que se materializó en un lento desarrollo de la obra privada y la paralización parcial de la obra pública, y agrega: «Con altibajos, la inversión decayó y se abrieron algunas expectativas por el cambio de gobierno. Al comenzar el 2020, la venta de insumos tuvo una caída notable mostrando la delicada situación. Sin poder repuntar, la pandemia vino a oscurecer el panorama».
Pegoraro afirma que la construcción es denominada la «madre de las industrias» por sus efectos multiplicadores en la economía urbana, es decir que posee eslabones hacia atrás y hacia adelante en la cadena productiva. «Siempre ha sido un rubro de reserva de mano de obra y sostenedor del empleo. Por eso, es un eje de desarrollo que debe incentivarse en el corto y mediano plazo para reactivar la economía». En números concretos la industria de la construcción marplatense reúne a unos 7.000 obreros registrados y 3.000 más de la región, incluyendo Mar Chiquita, Balcarce y Miramar. Valores que no tienen en cuenta el trabajo precarizado que suele ser una constante en la actividad. A todo esto hay que agregar las decenas de gremios asociados al sector, las casas de materiales y comercios -de pequeña y gran escala- que forman parte de la rueda productiva.
«El parate general de la actividad económica fue realmente negativo», dice Pegoraro e ilustra la frase con los siguientes datos: según el INDEC el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) acumuló en el primer cuatrimestre del año una baja del 40,2 por ciento respecto de igual período de 2019 y se frenaron entre 400 y 500 obras que estaban en ejecución. Sin embargo, a diferencia de otras ciudades, la actividad pudo reactivarse desde el mes de mayo bajo estrictos controles y protocolos. En este sentido, el Foro de la Construcción, que reúne a las entidades patronales, obreras y a distintos profesionales, llegó a acuerdos en torno a la responsabilidad sanitaria permitiendo que aproximadamente el 70 por ciento de las obras pudieran reanudarse a un ritmo lento, si bien aún sigue faltando inversión. La Cámara de la Construcción y el Centro de Constructores y Anexos -entidades que reúnen a las empresas del sector- están pidiendo moratorias para las empresas por las dificultades impositivas que acarrean -cargas sociales, ingresos brutos, impuestos, entre otras medidas.
En el mismo escenario se suma la disparidad del dólar oficial y el dólar blue que genera dos panoramas distintos. Las familias de clase media de la ciudad que cuentan con algún ahorro están llevando a cabo ampliaciones en sus propios hogares, dado que el costo de la mano de obra se mantuvo estable -desde febrero no hay paritarias- fomentando la obra en muy pequeña escala de reformas de casas. Mientras que el mercado inmobiliario se estancó súbitamente sin encontrar un relajamiento o un respiro. «El valor de las propiedades es difícil de determinar ¿Quién puede saber cuánto vale una propiedad hoy en día? Es muy difícil ponerle un precio a un inmueble en estas condiciones sin mediar operaciones de compra-venta. En suma: todavía no hay un panorama claro y el escenario económico se tiñe de incertidumbre. Lo que se puso en marcha fueron obras anteriores y no nuevas», explica Pegoraro.
Consultado por las normas de seguridad que deben estar presentes durante lo que dure la pandemia el investigador detalló que el protocolo fue elaborado por la UOCRA y la Cámara Argentina de la Construcción. Como contaron los principales referentes del sector a la prensa, el cumplimiento del protocolo sanitario fue uno de los principales requisitos para mantener la actividad, que además del uso de barbijos y el distanciamiento social, incluye la toma de temperatura al entrar; el lavado de manos; la desinfección obligatoria de celulares, de la ropa de los trabajadores y de los sectores comunes; la prohibición del mate; el chequeo del olfato y otros aspectos de higiene. También está la aplicación de un horario de ingreso de personal escalonado. Más allá de las obligaciones patronales, las medidas suponen una responsabilidad individual de compleja realización desde que el trabajador sale de su casa, está en la obra y regresa a su hogar. Por ejemplo, recomiendan no tomar el transporte público y trasladarse en bicicleta, moto, autos con algún compañero. Las obras de mayor envergadura contratan combis para sus operarios. «Más allá de esto, el contacto intrapersonal en el lugar de trabajo es inevitable, aunque se minimizan los riesgos de contagios en ambientes abiertos. En resumen, se ha visto cumplimiento por parte de las empresas, pero también hay denuncias de no respetar los protocolos», advierte el especialista.
Pegoraro, además de ser miembro del CONICET es docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata y refiere a este aspecto como el más desafiante durante el ASPO, considerando que supuso tremendos esfuerzos de docentes y estudiantes. Mientras los docentes tuvieron que aprender rápidamente herramientas de edición de videos, a estructurar los contenidos a partir del campus virtual y a utilizar videoconferencias, buscando la mejor manera de llegar a los alumnos, éstos se preocuparon mucho por seguir la cursada bajo lógicas inusitadas, aún cuando hubo problemas de acceso y de conexión ya que no todos contaban con los insumos necesarios en sus hogares. «Creo que la capacidad de adaptación es para celebrar», concluye.