Al comenzar el año 1816, los representantes elegidos en las diferentes ciudades de las Provincias Unidas comenzaron a llegar a San Miguel de Tucumán para participar de un nuevo Congreso General. Si el primer impacto que los recibía era el intenso calor reinante en la ciudad en esa época del año, el segundo era lo ocurrido en los campos de batalla en el Alto Perú. El 29 de noviembre del año anterior había tenido lugar la batalla de Sipe-Sipe donde el Ejército Auxiliar del Perú, comandado por el general Rondeau, había sido completamente derrotado por las fuerzas del Virrey del Perú, poniendo fin al tercer intento de la revolución por controlar ese espacio. La noticia resultaba devastadora para la revolución y sumaba incertidumbre a un contexto político ya muy adverso, y a su vez abría interrogantes sobre el futuro del proceso y sus posibilidades de éxito.
La formación de una junta de gobierno en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, a espejo de lo que ocurría en España y en otros espacios americanos, fue la solución que en la ciudad capital del Virreinato del Río de la Plata se encontró ante la crisis de la monarquía, las abdicaciones de Bayona y la ocupación francesa de España. Pero la junta también fue el inicio del proceso revolucionario.
La constitución de un gobierno autónomo primero se convirtió en guerra y luego en independencia. Entre un suceso y otro tuvieron que pasar más de seis años de enfrentamientos, de negociaciones, de avances, retrocesos, de cambios de gobiernos, de importantes victorias militares y de duras derrotas también. Y en retrospectiva, el momento histórico en el que ésta declaración tuvo lugar, no parecía el más propició para “…largarse a gritar… Independencia…”
Luego de trajinar por los duros caminos, en galeras o carretas, los diputados que comenzaron a reunirse e iniciaron sus sesiones en marzo de ese año dieciséis, tenían en claro que la situación no era sencilla, y si la independencia era uno de los temas de la agenda, no era el único y quizás no el más urgente. La derrota del Ejército Auxiliar del Perú no sólo significó el abandono definitivo del espacio altoperuano sino el incremento de la conflictividad y disputas internas. Desde 1812, pero sobre todo desde 1813 y a raíz de la Asamblea del Año XIII, el Litoral y la Banda Oriental se habían alejado del proyecto político articulado desde Buenos Aires y conformado una alternativa bajo el liderazgo de José Artigas. Pero al momento de la reunión del Congreso, las diferencias también comenzaron a hacerse presentes en el interior, donde expresiones federalistas contrarias al centralismo de Buenos Aires se hicieron visibles. Lo primero que intentaron resolver los representantes, entonces, fue la integración del Proyecto de Los Pueblos libres al Congreso y, por otro lado, el conflicto entre el gobernador de Salta y el general en jefe del Ejército Auxiliar.
Tras la derrota de Sipe-Sipe, el general Rondeau había conducido a sus hombres hacia Jujuy y tomó partido por el Cabido jujeño en su disputa con Güemes lo que dio lugar a un enfrentamiento entre las fuerzas militares de ambos hombres que finalizó con el Congreso ya iniciado.
Pero no sólo eso, en otras de las provincias que habían enviado representantes al Congreso, como La Rioja o Córdoba, también se vivieron enfrentamientos entre diferentes sectores sobre cuál debía ser el rumbo político. Ante estas situaciones, los diputados intentaron mediar y sostener a las autoridades locales e incluso utilizaron la fuerza para evitar nuevas rebeliones cuando lo creyeron necesario.
A su vez, la revolución rioplatense se encontraba acorralada. Los revolucionarios en Chile habían sido derrotados en Rancagua y sus principales figuras, José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins se refugiaron en las Provincias Unidas. En el norte de Sudamérica la situación no era mejor. El general Pablo Morillo conducía una exitosa reconquista de la Capitanía General de Venezuela, de Bogotá, de la Audiencia de Quito. Por otro lado, las ambiciones portuguesas sobre la Banda Oriental seguían presentes y no se descartaba tampoco otra expedición española pero ahora sí con rumbo al Río de la Plata. Por eso, resolver cómo seguir la guerra era una preocupación central para los diputados. Elegido Juan Martín de Pueyrredón como nuevo Director Supremo esto se volvió una prioridad y el plan sanmartiniano comenzó a perfilarse en el horizonte. Y la discusión sobre la guerra vino asociada a la cuestión de la Independencia.
El regreso de Fernando VII al trono español significó el fin de la vía autonomista. El rechazo de la constitución de Cádiz y la negativa del monarca español a entablar cualquier tipo de negociación que abriera las puertas a un nuevo pacto que permitiera la permanencia de los espacios americanos dentro de la corona española, no dejaba más alternativas que volver al momento anterior a 1810 o declarar la independencia. El envío de expediciones militares y la represión llevada adelante contra los revolucionarios daban cuenta de la intransigencia del monarca. La derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo y la restauración monárquica en Europa también colaboraba para la construcción de un clima más conservador, reaccionario y contrario a los procesos revolucionarios americanos.
Si desde 1810, la revolución había estado atravesada por esta cuestión, por el debate entre aquellos partidarios de la independencia y los que creían que era posible mantenerse dentro de la monarquía pero bajo un nuevo marco, esto había desparecido del horizonte y las opciones se habían reducido. En ese sentido, el informe que brindó Manuel Belgrano, recién llegado a Tucumán, ante los diputados no hizo más que confirmar esta situación. Los diputados, aunque socialmente y políticamente más conservadores que sus pares que integraron la Asamblea del año XIII, no dudaban, había que continuar la guerra para asegurar la supervivencia del proceso revolucionario y no había necesidad de seguir haciéndolo como rebeldes a la corona, era el momento de hacerlo como una nación independiente. Llegados a julio de 1816, el único camino abierto que tenían delante era el de la Independencia.
Alejandro Morea realiza sus investigaciones en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS, CONICET-UNMDP). Su tema de investigación está centrado en analizar cómo se dirimían las diferencias políticas, al interior de las comunidades políticas en el interior de las Provincias Unidas, durante la revolución. “Aunque intento responder esa pregunta para los años 1816-1829, el interrogante tiene vigencia incluso para el día de hoy. Porque nos permite poner en perspectiva cómo nos relacionamos y cómo resolvemos las disputas, canalizamos los conflictos, las tensiones y diferencias que se generan entre nosotros acerca de cuál debe ser el rumbo de nuestra sociedad, de nuestro país en el corto y mediano plazo. Pensar los problemas del presente, pero con perspectiva histórica”, explica Morea.
Su motivación para indagar en los tiempos de revolución se relaciona tanto con los movimientos bruscos, radicales e intensos y por momentos violentos, pero, al mismo tiempo, con la esperanza, la ilusión y el deseo de construir algo nuevo. Y agrega: “El tratar de entender cómo se transformó esa sociedad a raíz de la revolución, y cómo se dio lugar a un nuevo orden social y político diferente. Pero también me interesa cómo fue vivida y experimentada por los diferentes protagonistas y actores de esa revolución, porque al hablar de historia, incluso cuando lo hacemos desde miradas más económicas, lo que nos interesa son las personas que vivieron ese pasado que estamos intentando comprender”.
Alejandro es aficionado a jugar y mirar fútbol y a hacer radio. Está casado con Eugenia Méndez, también parte del CONICET en el IIMyC y tiene dos hijos: Nicolás de 45 días y Manuel que, casualmente, cumple cuatro años el próximo 9 de julio.