La mitad de la población mundial son mujeres. Y de las personas que trabajan en áreas científicas o tecnológicas a nivel mundial representan menos del 30 % trabajan, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). En algunos países, como Argentina, ese porcentaje es igualitario, pero no hay una distribución similar en los cargos jerárquicos o superiores que son, casi siempre ocupados por hombres. Ante este escenario y buscando la participación equitativa y plena de mujeres en la ciencia la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió proclamar el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.
Hoy nos resulta familiar la imagen de mujeres trabajadoras en ciencia, y resulta casi un anacronismo pensar que las mujeres no son aptas para el trabajo científico, o para algunas ramas de la ciencia. Pero no siempre fue así, y no todas las niñas han tenido dentro de su universo de posibilidades el desarrollo de vocaciones científicas.
El Programa de Equidad en Género, Ciencia y Tecnología e Innovación, del Ministerio de Ciencia y Tecnología e Innovación, relevó que para el año 2019 el 60 por ciento de las personas que hicieron investigación en Argentina fueron mujeres, pero solo el 11 por ciento lograba las categorías más altas del CONICET (superior o principal) mientras que la mayor proporción de mujeres se encontraba entre las categorías más bajas (adjunta, asistente y becaria posdoctorales) poniendo de manifiesto de manera irrefutable el techo de cristal al que se enfrentan las mujeres en el sistema científico argentino.
Luciana Linares explica que desde el concepto moderno de la niñez y la pedagogización de la infancia los esquemas educativos imprimieron las formas del “deber ser” en las niñas, dándoles un rol central dentro de los ámbitos y prácticas del cuidado atravesado por diseños curriculares, programas y políticas públicas, como por bienes culturales y de consumo. Por ejemplo, desde la literatura infantil se asignaban a las niñas roles de asistencia y cuidado, construyendo simultáneamente las características de masculinidad esperables.
“Como todo proceso cultural que se pretende hegemónico, fue construyendo resistencias y relatos críticos que escapaban a estas lógicas. Las luchas por los derechos de las mujeres y garantías para la población y responsabilidades por parte de los Estados fue influyente para pensar nuevamente a la niñez, en términos, históricos, sociales, políticos y culturales. A partir de entonces, las niñas pueden pensarse en un sinfín de posibilidades y expresarlo, poniéndole nombre y género al desarrollo de la curiosidad, generando preguntas y buscando respuestas para entender el mundo que nos rodea”, detalla Linares.
De este modo comienza a aparecer de manera incipiente pero irreversible la voz de “Quiero ser científica” como una de las posibilidades de futuro de las niñas. Linares explica: “No se puede ser lo que no se conoce. Por ello es urgente articular políticas educativas con otras esferas de lo público para que las trayectorias científicas femeninas puedan ser parte del horizonte de todas las infancias”. Y para ello es necesaria la construcción de propuestas transversales capaces de visibilizar las carreras en producción de conocimiento, tecnología y ciencia protagonizadas por mujeres.
A lo largo de la historia de la ciencia la imagen de la mujer fue recuperando el espacio que le corresponde por mérito propio, producto de luchas y reivindicaciones referidas a los derechos de las mujeres en general y la militancia de ellas contra espacios machistas, excluyentes y jerárquicos. Así, se lograron disminuir o erradicar, en algunos casos, las prácticas que atribuían a colegas masculinos los logros generados por científicas, en lo que se conoce como “efecto Curie” o “Matilda”.
Linares es historiadora y sus temas de investigación orbitan alrededor de temáticas que tienen a las mujeres como centro, enfocando su análisis en los medios de comunicación, los estudios de género y la historia de la salud y la enfermedad. En sus inicios, estudió de qué manera se construyeron discursos sobre los cuerpos femeninos y cómo a partir de ellos se ratificaron valores morales y canalizaron ansiedades sociales, tomando como eje la Historia de la salud y la enfermedad. Más tarde se enfocó en cómo desde las normativas y los discursos médicos se patologizó el envejecimiento de las mujeres y con ello se establecieron una serie de sanciones sobre sus cuerpos llevando a establecer roles según las edades. Producto de estos procesos se genera una diferenciación en el envejecimiento en hombres y mujeres, donde la vejez en ellas se asocia con el duelo de la función reproductiva y un decaimiento social y físico, mientras que a ellos el envejecimiento les otorga experiencia y una nueva oportunidad de construcción social de su rol.
“La posibilidad de historizar la vejez permite, desde la historia de la salud y la perspectiva de género, volver a pensar críticamente el grado de influencia de los medios de comunicación en las formas de transitar la vida, en los procesos de medicalización y las dinámicas de consumo que se generan desde allí, así como poner en tensión los discursos y la división sexual vigente en ellos vinculando los modos de envejecer a roles asignados por un sistema heteronormativo”, detalla Linares. Además, analizó el grado de relación respecto de problemas poblacionales vigentes a mediados de siglo y la correlación entre la agenda política y médica a la hora de construir mecanismos discursivos sobre la vejez.
Apasionada por su trabajo, Linares combina su investigación con la crianza de su pequeña hija y la extensión universitaria. “En la extensión estos marcos de imaginarios e ideas sobre la vejez que estaban en un plano teórico, tomaron voz propia y entender como estos idearios formaron parte constitutiva de algunas generaciones tomó por asalto a muchas de las preguntas que guiaban mi análisis”, agrega la historiadora. Además, rescata el valor del trabajo grupal, que le permitió desarrollarse no solo en la dimensión profesional, sino también en el aspecto humano, permitiéndole combinar el rol como investigadora y su forma de maternar.
Desde CONICET Mar del Plata saludamos a todas nuestras Mujeres de Ciencia y trabajamos para que más niñas puedan conocer referentes y elegir su vocación sin ser limitadas por su género, y algún día llegar a ser como Luciana Linares.