Residuos plásticos: un tesoro desperdiciado

Que los plásticos han inundado el planeta no es novedad, “una isla de plástico del tamaño de Francia flota en el Océano Pacífico” cuentan los portales ambientalistas, y detallan el nivel de plástico que se produce y cuánto tardará en desaparecer. Pero mientras tanto: ¿qué soluciones existen ante tanta producción? Federico Rueda, ingeniero especialista en plásticos, analiza algunas formas de abordar la problemática en búsqueda de una solución real a un problema global.


Federico Rueda, ingeniero e investigador asistente del Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA, CONICET-UNMDP), analiza el potencial de los residuos termoplásticos que hoy se entierra en los predios de disposición y comparte su preocupación personal por el destino que se le da a los materiales plásticos. ”Se estima que ocho millones de toneladas de plástico terminan en el océano cada año”, cuenta el especialista y nos sumerge de lleno en esta problemática mundial.

Los plásticos se pueden clasificar en dos grandes categorías según su relación con la temperatura: los termorrígidos que no pueden fundirse con un aumento de temperatura, ya que se degradan o se queman, y los termoplásticos que sí pueden fundirse rápidamente con temperatura. Entre estos últimos se encuentran el polietileno -presente en bolsas de supermercado, algunas tapas de botellas de agua, envases de lavandina, cajones de pescado-, el polipropileno –que se encuentra en miles de piezas de todo tipo de uso incluyendo a las tapitas de gaseosa- , la poliamida o Nylon, el poliestireno, el ABS, y el famoso “polyethylene terephthalate” o PET –que encontramos en las botellas de bebidas gaseosas de todas las marcas-.

Estos productos, en su mayoría pueden reciclarse, sobre todo los envases PET. Es muy frecuente que cuando se piensa en reciclado de este tipo de material surja la idea de los  “ecoladrillos” y los  “ecobloques”, que se muestran como alternativas ecológicas, sustentables e innovadoras que permiten limpiar el ambiente de botellas y otros plásticos. Federico analiza estos procesos y plantea alternativas que sean seguras y rentables, para el ambiente y las personas que trabajan estos materiales.

¿Son los ecoladrillos y ecobloques la solución a este problema?

Los ecoladrillos son una botella de PET rellena con films y otros residuos plásticos que deben compactarse con una varilla hasta que el peso del “ecoladrillo” sea de aproximadamente medio kilo para una botella de 1500 ml. Sin embargo, como ladrillos no serían del todo útiles, ya que la primera advertencia de “The Vision Ecobricks Construction Guide” es no combinarlos con cemento. Pero además, profundiza Rueda,

no hay estudios que analicen la integridad, y por lo tanto el correcto funcionamiento, de una pared hecha de “ecoladrillos”. Además la evaluación estructural que hacen del «ecoladrillo» no sería alentadora. En ingeniería uno de los ensayos destructivos más utilizados consiste en la compresión de un material para  medir la carga máxima que puede resistir,  hasta el punto de rotura. El único estudio en una revista indexada, reporta que cuando se sometió al “ecoladrillo” al ensayo de comprensión éste se comprimió casi por completo sin “romperse”. La carga máxima la registran entonces en el punto donde el “ecoladrillo” está completamente aplastado. El estudio es completamente improcedente y el resultado carece de valor. “Es como pensar en usar sillas de caucho en lugar de madera. Seguramente sea muy difícil romper esa silla hipotética en un uso común. Sin embargo ésta se deformaría más de lo necesario y no serviría como silla. En definitiva, a nadie se le ocurriría tampoco usar un “ecoladrillo” como “portante de carga” con los resultados estructurales que este trabajo expone”, ilustra el ingeniero a través de la analogía.

Por otra parte, se encuentran los “ecobloques”, que consisten en bloques de hormigón que usa PET molido como material árido. Para cada bloque se requieren 1,2 kilogramos de PET, que por el costo del material molido y limpio equivalen al costo de dos bloques de hormigón de verdad, tres ladrillos huecos o unos cinco ladrillos comunes. Y luego existe el tema de la calidad de estos bloques. Federico analiza la adhesión entre los elementos del bloque y contrastando datos de diferentes fuentes explica: “La adhesión es tan mala, que el PET no sólo no refuerza sino que deteriora -respecto a un concreto tradicional-. Reduce la resistencia a la compresión y la resistencia específica a casi la mitad, reduce el módulo elástico, aumenta la permeabilidad de agua, la contracción y el contenido de aire”. Parece que los ecobloques tampoco serían la solución a la contaminación por plásticos. Entonces ¿qué se hace con tanto material?

Soluciones cercanas

El especialista explica que el proceso más común es el reciclado mecánico, que básicamente consiste en limpiar, moler y “derretir” nuevamente el plástico para ser usado como materia prima en un nuevo producto. Está claro entonces, que los materiales termoplásticos son mucho más fáciles de reciclar que los otros. El PET no sólo es relativamente fácil de reciclar sino que debe ser uno de los materiales plásticos con más mercado en el mundo del reciclado. En Mar del Plata, el 22 por ciento en peso del total de materiales que la planta CURA recupera y revende a plantas de reciclado es PET según el informe de gestión de residuos del Municipio de General Pueyrredon 2017-2018.

En resumen, las botellas usadas las compra un acopio; el acopio las selecciona, las enfarda y las transporta a la planta recicladora. El valor de estas botellas pasa de 0,3 u$s/kg a 0,45 u$s/kg cuando ya se presentan enfardadas. La planta de reciclado muele las botellas y las convierte en escamas que luego de un proceso de lavado y secado están listas para vender o usar, y que ahora valen 1,15 u$s/kg en promedio. Estas escamas se “pelletizan”, es decir, se “derriten” a través de una extrusora que a su vez filtra posibles impurezas restantes y le da una forma uniforme que a simple vista es igual que el material en estado virgen y cuyo valor es de 1,35 u$s/kg. El eslabón final de toda esta cadena es diverso. Esta materia prima se usa para hacer todo tipo de productos: desde nuevos envases hasta fibras para telas.

El reciclado es rentable, sin embargo en Argentina, todos los años por falta de sistemas de separación de residuos, unos 100 millones de dólares, sólo de botellas de PET que podrían entrar al circuito del reciclado, se entierran en predios de disposición final o quedan circulando en el ambiente. Y considerando que los ecoladrillos y ecobloques no resultan soluciones reales a un problema acuciante, y con la evidencia de la rentabilidad de un reciclado real de estas materias primas resta preguntarse ¿qué es necesario para que exista una solución definitiva?

”El rol del Estado es indiscutiblemente vital”, manifiesta el investigador, no sólo porque es un tema urgente desde lo sanitario y ambiental, sino también porque es un problema social. “Existe un mundo totalmente vulnerable, precarizado e informal que sobrevive de lo que le sobra al resto, que es además quien atiende más seriamente la problemática ambiental. Es el estrato más olvidado y relegado en el diseño de políticas públicas. Es preciso desarrollar el potencial de este sector con proyectos sustentables, a largo plazo y con hechos concretos. Para esto es inevitable pensar en una separación domiciliaria real que permita a esta industria ser competitiva en el mercado del reciclado”, reflexiona Rueda. Y agrega: «Por supuesto, sigue pendiente también otra discusión más profunda respecto a los medios de producción, los hábitos de consumo y el estilo de vida a la que dicho sea de paso, ningún «ecoladrillo» se le arrima.»

El ciudadano detrás del científico

Federico Rueda se graduó en  Ingeniería en 2008 y desde hacía varios años participaba activamente en diferentes barrios en actividades alrededor de la temática de reciclado de materiales. Esto tomó una nueva dimensión a la vista de Federico: el reciclado de materiales es el medio de supervivencia de mucha gente, gente que vive de la basura, sin metáforas. “Puse mi atención sobre todo en el ciclo del plástico, sus múltiples formas, destinos y nombres en la jerga del reciclador. Sin saber cómo, supe que algo de mi formación como ingeniero debía ser canalizada para aportar a una explotación más justa y sustentable del recurso”.

Hoy su especialidad es la integridad estructural de partes plásticas en el grupo de investigación que dirige la Dra. Patricia Frontini “Comportamiento Mecánico de Polímeros” que se dedica desde hace más de 40 años al comportamiento de diferentes materiales que a mediados del siglo XX comenzaron a reemplazar a materiales tradicionales en aplicaciones críticas.

“Creo que el desafío es dar vuelta la lógica de la inmediatez y de las soluciones mágicas para comenzar a codificar las molestias en demandas de políticas públicas concretas”, concluye el especialista.

Por Daniela Garanzini-Departamento de Comunicación CONICET Mar del Plata